ALBERTINA CARRI.

¿Cómo fue la recepción de ¡CAIGAN LAS ROSAS BLANCAS! en Rotterdam?

Físicamente, había estado en Rotterdam con mi primera película, NO QUIERO VOLVER A CASA, hace veinticinco años. Una barbaridad. Y luego, varias de mis pelis fueron, pero yo no viajé. Con esta, podía y decidí aceptar la invitación. Sigue siendo un festival con una impronta autoral muy fuerte, y la película la tiene; a pesar de los años transcurridos y de ser la séptima película, sigue siendo un cine un poco radical.

¿Cómo vivís la instancia del encuentro con el público?

Ahora mismo, me da muchísima alegría. En algún momento, ese sistema me agobió, me cansé… Hice, en un momento de la vida, varias películas seguidas; ahora, bajó el ritmo, entonces, cada vez que se termina una película y se encuentra con el público es muy celebratorio: aparecen cosas, suceden devoluciones y cosas que ni imaginaste o que tampoco la tenías tan claras en tus intenciones o eran más inconscientes… Es parte de toda esa amplitud que tiene el cine, que ya se hace entre un montón de personas.

ALBERTINA CARRI y CAROLINA ALAMINO (Foto: Maru Rasdolsky)

¿Es una manera, también, de romper con el aislamiento de la época?

Sí, y romper también un poco con esa lógica de que el cine entra a tu casa. Llevar el cuerpo al cine también implica eso, encontrarte con otros. Me parece que es una ceremonia que está bueno acompañar.

En ¡CAIGAN LAS ROSAS BLANCAS! aparece la experimentación de los géneros.

La película es un poco un juego, un viaje lúdico, alrededor de la experiencia de la película anterior, LAS HIJAS DEL FUEGO. Esta película surge a partir de ese grupo afectivo, de trabajo y de pensamiento. Esa película trabajaba específicamente sobre un género y sentíamos que había un montón de discusiones en las que había que profundizar. Y para profundizar en esas discusiones, recurrí a esta idea de una película mutante y a la idea de la metamorfosis. La metamorfosis también es una metamorfosis vampírica dentro de lo cinematográfico. Esa mutación que va sucediendo tiene relación con la subjetividad de ese grupo. Es una historia de aventuras, donde cuatro amigas, por distintas razones, emprenden una especie de viaje y un viaje concreto, pero digo una especie, en el sentido de que todas tienen deseos o motivaciones diferentes para llevar ese viaje adelante, y en esas motivaciones van surgiendo estos estados anímicos, que son un poco los que van llevando a los géneros cinematográficos. En términos formales, creo que es una peli bastante rupturista, aunque por momentos es muy clásica, porque toma los estereotipos de los géneros. Siempre en un borde.

La protagonista, que es directora de cine, por ejemplo, abandona el mainstream para volcarse a un cine más artesanal e intuitivo.

LAURA PAREDES y VALERIA CORREA en ¡CAIGAN LAS ROSAS BLANCAS!

El viaje que plantea la película es una especie de viaje de desapego de las cosas conocidas o de las cosas dadas… una forma de reflexionar sobre eso, lo que no quiere decir que la película diga que no haya que hacer un cine clásico, un cine comercial o un cine más mainstream. Podríamos decir que, en esas circunstancias, ella no puede con eso y va soltando distintas cosas, la aventura misma la va haciendo soltar: pierden la mochila, se desconectan los celulares y empieza un viaje hacia lo fantástico, una búsqueda de la magia y, finalmente, su deseo inicial, “más plantas, más plantas, más plantas”, aparece de la manera menos esperada, de la forma más azarosa o fantástica.

¿Cómo atravesás la batalla cultural que el gobierno ejerce sobre la cultura argentina y el colectivo LGBTIQ+?

Es un desastre lo que estamos viviendo. El modo de gobernar de este equipo es totalmente destructivo, es la destrucción absoluta de la industria nacional, es todo el tiempo una oda a capitales extranjeros y, en ese sentido, por supuesto que el cine argentino también cae en esa oleada, porque es una industria más. Después hay una persecución en términos ideológicos, porque cada vez que abre la boca es un bullying o son discursos negacionistas o antiderechos. No sé si tengo un llamado a la acción, creo que el llamado a la acción es estar alertas, unidos y haciendo este tipo de cosas de encontrarnos en las salas de cine y pensar formas de hacer las películas más allá de este bullying estatal que estamos viviendo y este deseo de extinción que tiene este gobierno. Porque, que se extinga una forma de hacer cine implica que se extingan un montón de voces y eso tiene una implicancia. A lo que voy es que no es una situación particular del cine, sino que es una situación general de muchísimas industrias y, por otro lado, con respecto a las persecuciones ideológicas, me parece gravísimo. Hay que estar muy atentes –para decirlo bien, de la manera en que no les gusta, no es que yo nunca haya usado mucho el inclusivo, pero ahora siento que lo tengo que usar, que procede–. Estar comunicados y unidos, encontrándonos y poniendo el cuerpo, porque también hay algo de esto del aislamiento, esta cuestión de que las cosas entran todas por la computadora o por las plataformas, que nos aísla… Es un momento donde no sería bueno estar tan aislados.

¿Cómo fue el hater que padecieron por LAS HIJAS DEL FUEGO?

Sufrimos un ataque bastante fuerte. En principio recibimos unos comentarios bastante groseros y después eso escaló muchísimo, empezaron a salir imágenes de la película con la cara de ALBERTO [FERNÁNDEZ, el expresidente], cosas así, muy confusas y para que generen confusión, porque LAS HIJAS DEL FUEGO no se hizo con el INCAA, no tuvo fondos estatales, es una película que se hizo con capitales privados. Por lo tanto, lo que planteaban no tenía ningún sentido, pero además aprovecharon para decir barbaridades alrededor de los cuerpos de las personas que aparecen en la película, me atacaron a mí como hija de desaparecidos y a todas, por lesbianas, por supuesto…

LAS HIJAS DEL FUEGO, atacada en redes por su contenido

¿Qué pensás de esta estandarización que atraviesa el mundo audiovisual tras la irrupción de las plataformas y sus algoritmos?

Creo que ese tipo de cine, que todo el tiempo da respuestas y es mecánico en términos estructurales y en términos emocionales, va quitando el libre albedrío de los espectadores. En la subjetividad social también hay una responsabilidad por parte del cine en crear esos sujetos dominados y poco críticos. A mí, el cine que me entusiasma, que me emociona o que me conmociona es el cine que me da espacio para pensar, el cine del que, cuando salgo de la sala, me hago preguntas. Esta idea de la fórmula, de que todo esté reglado, para mí es de un cine que me aburre mucho. Veo poco, porque me cuido mucho también de las imágenes, pero bueno, estoy en un lugar de privilegio… hago cine hace treinta años y puedo elegir también eso, tengo la posibilidad de viajar a festivales y encontrarme con otros tipos de cines, que no son siempre fáciles de encontrar.

Tu mirada está en las antípodas…

Creo que si nunca tuve trabajo, ahora voy a tener menos [risas]. La idea de tener una voz se vuelve peligroso. Lo que antiguamente parecía algo glamoroso, simpático o hasta narcisista –también lo es– se volvió peligroso. Eso, para mí, tiene casi una doble gracia: me provoca más desafío todavía, me parece que confirma que es un cine necesario y que hay que seguir haciéndolo.

Por Julieta Bilik